No sé si será la superstición o los excesos de la noche anterior lo que hacen del primero del nuevo año uno de esos días “nefastos” en los que lo único que te pide el cuerpo es quedarte tumbada en el sofá y no moverte por miedo a invocar a todos los espíritus de la mala suerte. Sospecho que es más lo segundo que lo primero, del mismo modo que tengo la certeza de que fue lo segundo lo que me llevó a hacer del 1 de enero de 2009 una sucesión de horas en las que me dediqué a analizar cómo habían sido los últimos 365 días.
No soy muy partidaria de hacer listados de propósitos de año nuevo, especialmente porque terminan siendo copias de una lista que elaboraste ni siquiera recuerdas cuándo, a la que vas añadiendo o quitando algún apartado en función de lo entusiasta o no que te hayas despertado ese día. Pero sí soy partidaria de hacer un ejercicio de limpieza mental y anotar todas aquellas sensaciones que me había dejado el año que se acababa, para empezar el nuevo con energías renovadas, me pareció una buena manera de soportar la resaca... Así que el 1 de enero me encontré abriendo el pequeño cuaderno de notas que había comprado algunos días antes y empecé a escribir...
Asi, en 2008, descubrí que el miedo sólo sirve para no dejarte avanzar y el valor que se esconde detrás de la frase “quien no arriesga, no gana”. Descubrí que a veces hay que dejar que las cosas sucedan, sin forzarlas, y al hacerlo descubrí que te perdía. Descubrí la tristeza que acompaña al fracaso después de un largo intento, pero también descubría que la pérdida, a veces, es buena y que las situaciones, cuando cambian, siempre lo hacen a mejor. Entonces fui capaz de descubrirme a mi misma a través de los ojos de otra persona... y desperté del letargo.
Redescubrí la magia que se esconde cuando se descubren las cosas por primera vez y, a través de la risa de un niño, descubrí la importancia de intentar no perder nunca la inocencia.
Descubrí que si buscas, no encuentras y que hay cosas que, por mucho que te empeñes, nunca cambian. Descubrí que quizá allí también reside la magia.
Descubrí nuevos lugares, conocí nuevas personas, redescubrí otros lugares... y otras personas.
Me reafirmé en la idea de que la felicidad está en los pequeños detalles y que tenía por delante otros 365 días para hacer del descubrimiento un lema y del comenzar de nuevo una constante que se repite tantas veces como sean necesarias.
Un poco tarde pero... Feliz año nuevo a todos!
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